
Poesía

La Garúa. Colección L’esguard.
Viaje al estanque de los peces dorados
Días de hombres-cicuta: montado en su caballo se untaba de majestad entrando bajo palio. En el compartimiento una copla suena. Voces desafinadas. Fuera de ellas un dedo infantil resbala sobre el cristal, sin retomo posible. ¿Qué hora es? Las… llevamos dieciocho horas en el tren. Tinta sobre papel blanco. La sangre no coagula esparcida por la tormenta. Veintiocho horas de viaje. Estamos llegando… Voces. Voces y capotes. Un frenesí de bultos en la procesión del desamparo. ¡Tened cuidado! ¡No os soltéis de la mano! Humo sobre las personas con ademanes de argolla. Desnudos frente al abismo compartimos el frío. Mientras ante nuestros ojos se extendía el estanque de lo peces dorados…
¡Me cago en Dios y en la puta sequía!
de «El viaje»
Paralelo Sur 01. Colección Harmatán
La sombra prestada
El presente libro, La sombra prestada, se compone de varios poemarios que suponen la confirmación de la plena madurez de Pedro. El primero, que da título al libro, traza un viaje a la memoria del desarraigo, en el que los recuerdos del poeta se confunden y se mezclan con las historias y vivencias de su padre, obligado por el hambre y las circunstancias a emigrar.
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El hombre, el viajero, personaje singular del drama, es así víctima de un éxodo hacia un norte incierto desde un sur que deja de ser lírico, evanescente, mitológico, para volverse ingrato y amargo. El latido del hambre, el rigor estacional, la dureza del paisaje, obligan a un viaje sin retorno. Viaje no geográfico donde el regreso imposible al lugar y al tiempo del que se parte es el principal protagonista. Y, claro está, el camino: viaje vital que es recreación lírica de las propias vivencias y de las experiencias, presentidas o intuidas, de su padre. El poemario se articula en dos partes claramente diferenciadas: una es la huida, el viaje; y la otra el refugio en el recuerdo, en la infancia, frente la perplejidad ante la muerte. Lo cierran tres poemas a modo de epitafio que bajo el título de «Lúteo» evocan a la figura que presta su sombra lírica al poeta. El poemario que sucede a «La sombra prestada», «Sin saber por qué», muestra al poeta abocado a la absoluta perplejidad de estar vivo. Como un quimérico Narciso, siente el pasmo de reconocerse en su propia imagen, rodeado un mundo arcano, inaprensible. Derrotado de antemano en su quimérico esfuerzo por explicarse la realidad, el poemario transita de lo material, de lo externo (política, religión, etc.) a lo espiritual, a la radical interioridad, enunciando preguntas cuya mera formulación contiene en si misma el germen de una capitulación irremediable. Continúa el libro con tres poemas «La vida», «La nostalgia» y «El miedo», que se constituyen en prólogo del otro gran poemario que compone el volumen: «Con ojos de perro». En su primera parte, la mirada humilla su perspectiva para ver el mundo a ras de suelo y deviene portavoz de una humanidad sometida, rebajada a la condición de perro. Pedro Luis Cano dota a sus perros de una sobrecogedora hondura humana, huyendo de lo panfletario hacia poemas donde no existe fractura entre lo social y lo lírico, hacia una denuncia rotunda, insobornable, integrada en una obra que tiene lo poético como eje incuestionable. La segunda parte del poemario tiene al sexo como hilo conductor. Un sexo que se vuelve cada vez más canalla y violento, pero que exige incontestablemente la complicidad del espíritu. Indivisibilidad de lo carnal y lo espiritual donde se el alma establece una definitiva relación mística con el cuerpo, se sumerge el yo poético en un éxtasis físico que es deslumbramiento y revelación, reconocimiento del yo por el cuerpo del otro. Aventura extrema del alma sumergida en el límite del cuerpo. El cante es el tema principal de la tercera parte del poemario, un cante a quien Pedro Luis Cano debe mucho de su poesía, en el que ha aprendido el abismarse a los recónditos paisajes del alma en busca de esa memoria colectiva donde aún palpita el asombro ante el hecho inexplicable de estar vivo. Como la del cantaor, la voz de Pedro canta hacia adentro, desde muchas memorias, y nos arrastra con ella a lo oscuro, a lo jondo , a los sonidos negros. La última parte del poemario se adentra en el oscuro territorio de lo existencial. La perspectiva vital de la voz fluye desde la primera a la tercera persona, pasando por un tú que nos interpela inmisericorde, recordándonos nuestras más íntimas miserias. Eximido de las obligaciones de un hilo narrativo, son estos poemas los más libres del poemario, que se cierra con «La muerte» (dedicado a todos), que paradójicamente abre una inmensa puerta a la esperanza. Si en su anterior libro Viaje al estanque de los peces dorados los mejores poemas los conseguía Pedro transformando su propio tiempo psíquico en material de sus poemas, en este la palabra poética se suspende más allá del tiempo (tal vez en el tiempo) y del recuerdo para con- formarse emancipada de su autor. La propia forma libera a la palabra de sus condicionantes, de toda referencia o predeterminación que constituyen sus lastres más pesados. El poema consigue así la asemiotización que presupone la libre manifestación de la palabra, su radical epifanía. El eco omnipresente de Gamoneda y, a través de él, de poetas como el Lorca de Poeta en nueva York o de Thomas Bernhard, resuenan en La sombra prestada, pero también Valente. Sin embargo, Pedro Luis Cano distingue las voces de los ecos y escucha solamente, entre las voces, una: su personalísimo verbo poético. En definitiva, es la de Cano una poesía esencial sin ser pobre, auténtica sin ser simple; una poesía que aísla la esencia y que transciende el recuerdo para sumergirse en la memoria ancestral; una palabra poética que desciende a las latentes reminiscencias de la humana materia para revelarnos aquello que ya no podemos recordar.
Del prólogo de Jordi Gol


Paralelo Sur 06. Colección Harmatán
El carnaval de los hombres grises
Pedro Luis Cano es un animal rotundo, enérgico, un mastodonte bello, contundente, de mirada tierna y profunda. Es de ese estilo de poeta personalísimo y a contra corriente, de esos que no se amilanan ni por nada ni por nadie […] Es un poeta con un gran carisma, fuerte como un roble, sus poemas no surgen y se elevan, sus poemas emergen del estómago a la boca y a veces escupe sangre. […]
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Observa los trazos que van marcando las experiencias en el transcurso de su vida, anécdotas que como veremos, adquieren la potencia del mito, a veces aparecen como extrañas ensoñaciones descriptivas y delirantes, otras como impactos sensoriales de ritmo entrecortado y trágico, pero siempre hay un elemento obsesivo subyacente en toda su obra, la perplejidad ante la existencia.
Del prólogo de Jordi Valls
Paralelo Sur 30. Colección Harmatán
Monegros
En los dos libros previos El carnaval de los hombres grises (Paralelo Sur, 2008) y La sombra prestada (Paralelo Sur, 2007) la poesía de Pedro Luis Cano ya se había ido estilizando, había perdido gran parte de los afectos narrativos de sus primeras obras para cernirse a un verso desnudo, ágil pero también más afilado y críptico, todo ello hasta la coronación de esta deriva que desde mi punto de vista ejecuta su voz en gran parte del cuerpo de Monegros.
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La poética de Pedro se ha tornado mucho más poderosa, bifronte, porque […] se nutre de lo latente, de lo escondido, de lo que insinúa para que nosotros lo percibamos.
El verso se ha acortado a lo ancho, es más breve, pero ha ganado cuerpo hacia arriba, sentido y misterio, convirtiendo cada palabra, cada espacio, cada coma en densidad poética, en una vitalidad extenuante, también en significación en sus vacíos y omisiones. La poética de Pedro se ha tornado mucho más poderosa, bifronte, porque ya no se alimenta únicamente del cauce poético, de lo que nos muestra, sino que también se nutre de lo latente, de lo escondido, de lo que insinúa para que nosotros lo percibamos. La elisión […] conecta con más fuerza al que lee porque le permite intuir, interpretar en lugar de recibir la clave leída.[…] Los blancos dan magia al tejido de la poesía, lo desmigajan para que el lector pueda intervenir y dar un sentido más profundo, incluso propio, al vértigo del blanco. En este gradual cambio de rumbo ha tenido también mucho que ver la aproximación del poeta a las corrientes surrealistas, al rupturismo de la continuidad del verso que afloró en las primeras décadas del siglo pasado.
Entre las temáticas […], los rituales de la amistad, los escenarios de la emigración, el paraíso infantil inacabado, las voces de los que no están… En estos temas Pedro ha cambiado la forma pero no el tono.
Del prólogo de Fernando Clemot


Paralelo Sur 39. Colección Harmatán
Febrero y la luna
Febrero y la luna es un poemario escrito desde la consciencia del que sabe que ha vivido ya más días de los que le quedan por vivir. El tiempo escasea, se hace precioso y raro. Para algunos ya se ha agotado, como el de los numerosos fantasmas que pueblan el libro —«figurantes», los llama en un poema— y que rodean al poeta con su advertencia, como si estuvieran diciendo: te estás quedando sin tiempo.
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El bello título del poemario toma dos elementos que provienen del calendario y que resuenan a difuntos. No sólo la luna, que con su fuerza lorquiana aparece como vicaria y a la vez testigo de la muerte. También febrero proviene de una tradición espectral. Cuenta Plutarco en sus Vidas Paralelas que Numa Pompilio, segundo rey de Roma, introdujo en el calendario los meses de enero y febrero. Antes de la reforma, entre diciembre y marzo se abría un periodo de tiempo muerto, ya que no se desarrollaban en él actividades agrícolas ni militares, dedicado a ritos de transición colectiva hacia el siguiente año. De ahí la elección de Februus, divinidad de los muertos y la purificación, para denominar el segundo mes del año.
Da la casualidad de que en febrero empezó todo. Un día seis nació el poeta y abrió los ojos a la maravilla: «febrero lleno de conchas, corales y seis lunas llenas», leemos en el poema inicial del libro. Seis lunas llenas, una por cada década, desde las que, cual lentes retrospectivas, se asoma al origen el poeta. Con su madre en la cama abre Febrero, la primera parte del poemario, y la cierra también con la madre en el lecho en un mes de febrero, esta vez no para dar vida nueva sino para entregar la suya. Entre ambos poemas, «Febrero y las seis lunas» y «Febrero y mi madre», se abre una primera parte con versos tan inquietantes y cargados de fuerza como (a veces creo que la belleza encierra extrañas amenazas) que son presente.
Del prólogo de Bernat Padró Nieto